Siendo tarde ya en la noche, me presento ante mi ordenador resuelta a pasar una noche más debatiendo un sin fin de incoherencias en mi cabeza, dejándome los ojos ante un mundo irreal que abre sus brazos a los desolados, a la gente que anhela ser escuchada y valorada por otra gente que, aunque lejos, puede comprendernos.
La vida es un cúmulo de vueltas, más que vueltas podría considerarse idas y venidas al azar resueltas por un destino, por un Dios o por uno mismo. Es ese cúmulo de vueltas las que nos hacen que cuando miremos hacia atrás con los ojos de la nostalgia por la infancia que no tuvimos, de tristeza por lo que ocurrió o dejo de ocurrir, de ira por la gente que no nos ayudó o que nos dañó; pensamos que la vida ha sido pasajera, triste y que duró un suspiro, también solemos pensar eso cuando las cosas buenas pasaron tan rápido que al darnos cuenta de que quedaron ya muy atrás volvemos a pensar en lo efímero, en lo simple y banal que es la vida.
¿Por qué las personas pensamos así? tal vez sea por que no podemos recuperar el tiempo, pero, si así fuera ¿seríamos capaces de cambiar el pasado? ¿seríamos capaces de no dejar esa oportunidad, y revivirla más intensamente?
Preguntas que no tienen respuesta, y con las que día a día convivo, son las que me llevan a escribir esto, a pensar que la vida paso a paso nos lleva inexorablemente hacia una infinidad de probabilidades, como si de una zizagueante e inclinada carretera se tratara, un embudo a lo que inexplicablemente es el vacío.
